10 de junio de 2010

Portarretrato de una joven recatada (Capítulo III)


En gesto de sentida gratitud y cortesía, deslicéme a un lado, dejando libre el asiento de escarlatado tapiz que otrora había sido ocupado por mi corpórea humanidad. Buscaba, obviamente, con ojos de cervatilla herida, la compañía del nuevo huésped (en el sentido bíblico del término) de mi corazón. Mas el estupor se abrió paso entre el molinillo de mis emociones cuando, del barbilampiño rostro de mi amigo (en el sentido bíblico del término) surgieron aquestas gélidas palabras, que me golpearon con el mismo ímpetu con el que mi primo Linton Harold golpea el volante en sus lecciones de bádminton:
- Na deja, si yo me bajo en dos paradas.
Y ante semejante desaire, mi alma quedó quebrantada, herida de muerte, agonizante a 60 kilómetros per hauer. Mis palabras se negaban a abandonar mi boca paralizadas por la congoja. Y cuando estaba a punto de empezar a llover en mi faz, cuando mis ojos se tornaban perlados… entonces profirió estas palabras:
- ¿Qué te pasa te ha dejao el novio? ¿O te queda alguna pa septiembre?
Debido al trato vejatorio y la falta de decoro del vencedor del torneo de justas de mi corazón huí despavorida hacia la sección trasera de la moderna diligencia en la que me encontraba. Tropezando. Sollozando. Tapándome los ojos. Cubriendo mis vergüenzas. Flexionando mis tobillos. Asustando a un señor precolombino y a su vástago. Cuando mi convulso cuerpo quiso recomponerse, como dijo el poeta "ayúdame Obi Wan Kenobi, eres mi última esperanza", él ya había partido.

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